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El pintor afincado en Altea expone junto a Sorolla, Miró, Tàpies, Juan Gris y otros genios españoles de los dos últimos siglos, en la gran muestra Naturaleza muerta, de la galería Marlborough Madrid. Kosme Barañano, ex director del IVAM y comisario de una exposición que ha registrado excelentes críticas, atribuye a Labad “una dignidad parecida a la de un Sánchez Cotán”, pintor y monje que vivió a caballo de los siglos XVI y XVII, célebre por sus bodegones, uno de los cuales cuelga en el Museo del Prado.
Como el cartujo toledano, Labad ha permanecido treinta años “aislado en su estudio de Altea, creando una obra muy importante al margen de los artistas conocidos del mercado, pero que se encuentra en la primera división de la pintura actual...(continua)
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LABAD en las torres Intempo, Benidorm. 30 de julio de 2012.



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"Antes del trazo puro, nada existe. La Línea acota nítidamente el espacio: éste surge antes y después del perfil, del horizonte. Las promesas de seiscientos colores se precipitan, como a la palabra de la amada para el poeta, ante el volumen, la forma. Seguimos avanzando de su mano por el espacio creado por la ausencia.
El pensamiento de Alberto Labad forja tropos pictóricos. Una misma forma se desdobla en significados. Su lugar lleva a la sugerencia de una realidad. Y ésta descubre asi por el símil su raíz geométrica.
Eugenio D'Ors hablaba de las formas que pesan y de las que vuelan. La pureza de la línea plasma la reflexión honda y ésta desemboca en lo aéreo. La serenidad del mar transmina la que se refleja en los seres. La mujer pasea "con un dejo de azuzena que piensa".
El gesto de la figura la inmortaliza para el espacio aprehendido en los límites del cuadro o para ese otro que se descubre dentro. Pero todo se fragmenta, todo se transforma. Las metáforas crean seres articulados. Que dan la actitud, el gesto, reconocibles gracias a nuestro alfabeto cotidiano.
Alberto Labad acota espacios y les da profundidad; abre superfícies entre los seres, los objetos y les da sentido; une formas y crea movimientos, gestos, y éstos desaparecen de pronto en el espacio, en el silencio.
La magia del creador le da belleza incluso a éste".

ROSA NAVARRO DURÁN
Catedrática de la Universidad de Barcelona





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"Alberto LABAD es una artista vasco que vive en Altea. Su carrera está marcada por cuatro decenios de creación pictórica atípica, personal, basada en la técnica y en la negación: nunca apostaría por la posmodernidad, no es un pintor expresionista de sangre y fuego como los que dá la tierra, tampoco el romanticismo es su movimiento y ello no quiere decir que no esté enamorado. Lo único cierto de Alberto LABAD es su minuciosidad y sus dotes para pintar, para deificar la robótica o humanizar un cuerpo que se presenta como una pura y simple línea, como un perchero amarillo o como una sombra a punto de esfumarse.
A la pintura de LABAD, por sus especiales connotaciones, no se le perdonaría una pincelada de rectificación porque su argumento no se recubre de materia y menos aún de mezcolanza cromática, pues lo que aún nos explica su desapasionado canto es su lucidez, el urgido enarbolamiento de unos colores fríos y planos que construyen una realidad terrible en la que la soledad de estos seres es un estado más que conduce a la impotencia, pero también al esencialismo pictórico, a esa lengua que remueve entrañas tristes pero vivas.
Aquí no hay lugar para los sueños, sino que encuentran su sitio la razón filosófica, el pensamiento como ordenador de colores y formas, el hombre creador que saca sus grisáceos materiales de lo más recóndito del cerebreo, porque no se trata tanto de emocionar al espectador, como de informarle rigurosamente de un modo de hacer, dotarle de un discurso analítico coherente que le permita entrar hasta el fondo del abismo.
Alberto LABAD pinta cuerpos humanos, los desnudos de mujer perfilados con un par de lineas y volúmenes donde sobran las ampulosidades, apenas se insinúan los rasgos anatómicos definidores de las formas femeninas y, sin embargo, el aroma del erotismo invade estos predios plásticos, está asumido en cada pincelada, aunque el lugar que enciende los deseos no podamos localizarlo en las manos o en los ojos, sino en el hervidero de células que es el cerebro, donde nacen las únicas certezas inamovibles, pertrechadas asépticamente con un color y una forma que dan la medida irrefrenable de su pintura, sin tiempo para las vanidades, legando a través de la vista una profunda reflexión que no necesita rostros concretos que transmitirnos, ya que la única fijación que el artista nos participa es un plástico intraducible por metáforas literarias".


CARLOS GARCÍA OSUNA




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